Entre 1821 y 1854 se enfrentaron en una guerra civil permanente y en la esfera política los partidarios
del federalismo —con su visión de respetar la autonomía política y administrativa de los estados y territorios
mexicanos integrados en un pacto nacional— y los partidarios del centralismo, identificados con
la preservación de antiguos fueros coloniales y de un régimen que desde la capital pudiera mantener un
férreo control político de la República. La influencia de las logias masónicas como modalidad de integración
de grupos liberales y conservadores se debía en buena medida a la falta de mecanismos establecidos
para una participación civil en torno a las grandes decisiones nacionales.
La logia yorkina promovía las ideas de los liberales, entre otras, la libertad religiosa, la igualdad civil
ante la ley, la división de poderes y la libertad económica sin aranceles. El modelo federalista representaba
la base de estas propuestas. Dentro de la logia yorkina destacaban Vicente Guerrero, Lorenzo de
Zavala, José María Luis Mora y Valentín Gómez Farías. Por otra parte, la logia escocesa de extracción
conservadora defendía el centralismo en pos de una mayor unidad nacional, la cual también se proponían
lograr mediante el decreto de una religión oficial y una injerencia de la Iglesia en asuntos públicos.
Lucas Alamán, Anastasio Bustamante, Nicolás Bravo y Miguel Barragán sostenían este tipo de ideas.
Los proyectos nacionales tan radicalmente opuestos se confrontaron en el ámbito político sin lograr
entablar acuerdos ni orientar por un rumbo fijo a la nación. En ocasiones los liberales lograban imponer
un gobierno que refrendaba a la Constitución de 1824 o que, de manera más radical, aplicaba reformas
como la separación de la Iglesia y el Estado, la libertad de cultos y el cobro de impuestos a sectores privilegiados
como el clero. El gobierno de Valentín Gómez Farías en 1833 logró estas medidas apoyado por
José María Luis Mora y Lorenzo de Zavala como ministros de Estado. Pero en otras ocasiones, la contraofensiva
de los conservadores al frente del gobierno impulsaba leyes orgánicas con decretos como el
diezmo y los fueros militar y eclesiástico. Personajes como Antonio López de Santa Anna —quien a veces
apoyaba a los liberales y a veces a los conservadores— y el general Anastasio Bustamante, participaron
en la implantación de las llamadas Leyes Orgánicas de 1836 bajo las cuales se instituyó el Supremo Poder
Conservador por encima de los poderes del Estado, así como el catolicismo y la división del país en departamentos.
Pero ni conservadores ni liberales tuvieron certidumbre suficiente, ni liderazgo general
para mantener un proyecto de nación capaz de organizar al país y de enfrentar exitosamente las dificultades
y retos de la vida nacional durante las décadas posteriores a la consumación de la Independencia.
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